La importancia del suelo, ese universo bajo nuestros pies
- Carolina Navarrete
- 10 nov
- 2 Min. de lectura
Columna de opinión de Loreto Navarrete.
Directora Ejecutiva de Asociación Chilena de Ganadería Regenerativa.

Por muchos años trabajé muy de cerca con astrónomos. Ellos me enseñaron a mirar el cielo y a hacerme grandes preguntas sobre la vida en el universo. Pero no fue hasta que me encontré con los agrónomos que volví a maravillarme con la vida acá en la Tierra. Fue entonces cuando empecé a preguntarme sobre mi propia vida y su conexión con todas las demás formas de vida, no en galaxias lejanas, sino justo bajo nuestros pies.
En el suelo habita una red de vida tan pequeña como imprescindible: bacterias, protozoos, nemátodos y hongos. Entre estos, las micorrizas —hongos que se asocian con las raíces— amplían la capacidad de las plantas para absorber agua y nutrientes. Toda esa vida cumple funciones vitales: recicla materia orgánica, facilita la nutrición, protege frente a patógenos y permite la comunicación química entre plantas a través de sus raíces. Y son esas plantas las que sostienen nuestra existencia: las comemos directamente o nutren a los animales de los que dependemos. Esa trama invisible, bajo cada paso que damos, es la base silenciosa de la vida.
En el sur de Chile, donde las lluvias y la fertilidad natural suelen parecernos inagotables, tendemos a dar por hecho la abundancia. Sin embargo, nuestros abuelos sabían que el suelo debía cuidarse: que no se dejaba desnudo, que se enriquecía con estiércol o compost, que la tierra agotada necesitaba descanso o rotación de cultivos. Recuperar esas prácticas es más sencillo de lo
que muchos piensan, y puede marcar la diferencia entre degradar o regenerar la vida.
La invitación hoy es a volver a mirar el suelo. Restaurémoslo con prácticas regenerativas: minimicemos la labranza para conservar su estructura, reduzcamos al mínimo —o eliminemos— el uso de herbicidas y químicos que afectan su biodiversidad, y sobre todo mantengámoslo siempre cubierto de vegetación. Porque un suelo desnudo se convierte en polvo al viento o en barro arrastrado por la lluvia; en cambio, un suelo cubierto de plantas, sostenidas por profundas raíces, absorbe y retiene agua, mejora la infiltración y nos prepara mejor frente a los eventos climáticos extremos que ya forman parte de nuestra realidad.
Cuidar el suelo no es solo tarea de agricultores y ganaderos. Nos concierne a todos. Cada campo, pero también cada política pública, cada decisión de consumo y cada plato de comida tienen un impacto en esa delgada capa de vida que hace posible toda la demás, incluyendo la nuestra. Los astrónomos me enseñaron que, cuando observamos el cielo, estamos mirando el pasado de todas esas estrellas. Pero de los agrónomos aprendí que, si nuestra atención se va al suelo, podremos asegurarnos un futuro.




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